viernes, 5 de noviembre de 2010

Educación: Dejen de dar ideas

A continuación publicamos la columna de opinión que acaba de aparecer en el Diario Información de Alicante, escrita por uno de nuestros colaboradores habituales, Santiago García Tirado. En ella discrepa de esta deriva hacia la nada en que se ha convertido la normativa en Educación: normas que cambian de semana en semana, y siempre a peor, el tratamiento menos aconsejable en esta época de Educación enferma y necesitada de mimos. 

Educación: Dejen de dar ideas






SANTIAGO GARCÍA TIRADO 

Es un ejercicio que los españoles hemos llevado muy mal, eso de pensar, de ahí que debiera impedírsenos la práctica. Sobre todo en ciertos conciliábulos de quienes gobiernan. Digámoslo de una vez: dejen de dar ideas en educación, que bastante renqueante la tenemos ya. La pobre.

Este verano nos sorprendió una (la enésima, pero nunca se sabe si será la última) idea brillantísima: como estamos en crisis y de golpe han entrado en los centros educativos hordas de individuos que quieren adquirir una formación, alguna cabeza pensante dilucidó una forma de motivación para estos chicos y chicas: se les podría facilitar el acceso a la universidad. Una buena idea, porque en el agujero negro de las ideas anteriores, en años alternos se podía/no se podía acceder a la universidad si se procedía de ciclos formativos. Así que muy rumbosos decretaron que un alto porcentaje de plazas para facultades con alta demanda debían reservarse para que estos chicos tuviesen acceso separado.
El resultado era el previsible: una injusticia catastrófica. Sólo que en este caso puedo dar nombres. Les diré antes que, pese a la fama que trata de escupir la administración sobre la enseñanza pública, de nuestros centros salen alumnos con una formación académica de élite. He tenido cerca dos alumnas así este año pasado: una es Ángela A. y otra es Cristina T. Brillantes, inteligentes, seres humanos con inquietudes y capacidades excepcionales. Ambas aprobaron con Matrícula de Honor, y ambas tenían de tiempo atrás la vocación clara: estudiarían Medicina.


Pero no hubo sitio para ellas. En la facultad, pese a su expediente y sus altísimas calificaciones en Selectividad (por cierto, otro tema en el que se han aplicado ideas novísimas y estúpidas, pero ya hablaremos ya) no parecían echar de menos su inteligencia. Se han tenido que matricular en otras carreras que les interesaban menos.

Se me amontonan las preguntas. Me asfixian. Incluso me enervan como docente: ¿de qué sirve mi trabajo, si lo mejor de mi alumnado tiene la puerta cerrada al final? ¿Seré yo parte de un sistema que no es otra cosa que una inmensa mentira? ¿Con qué ilusión empiezo este año a motivar a mis alumnos para que estudien, aprendan, crezcan como seres humanos?

Hablo de dos casos que tengo muy recientes. Dos casos (y no insólitos) en esta España que al parecer anda sobrada de médicos, de inventores, de investigadores, de genios en general, como lo prueba el hecho de que los arrinconamos en la cuneta sin violentar nuestra conciencia. Mientras, crece el número de sinvergüenzas sonrientes y próceres imputados (qué Comunidad Valenciana, oiga), que al fin y a la postre son los que triunfan en cualquier aspecto de la vida. Su ejemplo también es educación, pero de otro signo.

Siempre hubo y sigue habiendo una nube de botarates amenazando con sus manazas sobre la educación española. Ninguno de ellos tiene ni somera idea de lo que es y no es Educación, pero ahí están, hundiendo el futuro brillante de esta gente que a sus dieciocho años ya ha aprendido que España no es país para sabios. Ni para gente que piensa. Créanme: no deberíamos dejar a esos a los que les da por pensar y sólo saben parir engendros estúpidos en forma de ideas. Para eso, mejor que dejen de darlas.

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